También podemos pensar en el silencioso genocidio del hambre, en el sucio negocio de la guerra, en la enfermedad del ébola a la que ponemos nombre después de treinta y ocho años porque ha llegado a nosotros y hemos tenido miedo al contagio. Mientras los que morían eran negros nada o poco importaba, como nada o poco importa el que un continente entero (África) siga sufriendo muerte por malaria. Ya veis que son muchos los signos de los tiempos y de los lugares.
El profeta discierne en silencio para llegar al tercer paso: decir en conciencia la Palabra, no la que él crea, no la que más le convenga, sino la que Dios le pide que diga. Eso implica ánimo, valentía, audacia. Eso implica aceptar que la vida se te puede complicar, porque pones nombre a la realidad y denuncias las injusticias y atropellos tanto en España, pero sobre todo fuera de ella.
No es de extrañar que diga la Biblia que la suerte de los profetas es morir asesinados o ser perseguidos, apedreados a las afueras de la ciudad. Ellos no se echaron atrás. El mismo Jesucristo ya sabemos cómo acabó: crucificado brutalmente fuera de la cuidad considerado como un criminal peligroso y blasfemo.
Para vencer la tentación de la desesperanza que nos venden los mercaderes del consumo necesitamos aunar nuestras esperanzas, todas, las de los hombres y mujeres de buena voluntad y atrevernos a caminar juntos, a imaginar proyectos nuevos, a soñar horizontes mejores para las generaciones venideras, aunque lo que vivimos ahora parezca llevarnos la contraria.
Dejad que el silencio os habite y tal vez os llevéis, nos llevemos, una grata sorpresa. Doy por finalizada mi reflexión mientras oteo desde el peñón de Salobreña un horizonte descaradamente azul.
Fraternalmente siempre, Paco Bautista.
Vélez Benaudalla, 5 de noviembre de 2014.
|